jueves, enero 16, 2014

Segundo poema en visita y honor a Jorge Isaacs




La iglesia se llenaba de gente a medida que, por en medio del cementerio, entraba un féretro
negro con manijas plateadas, frías como la soledad y brillantes como las lágrimas.
Observando a la cúpula vi el ave negra que extendía sus alas con júbilo,
mientras se acomodaban en las sillas del sacro recinto
los verdaderos difuntos,
con vestidos azabache, sollozantes y gimientes.

Mientras tanto, mis ojos oscuros vacíos permanecen,
como los floreros que se aprecian en tu luctuoso nicho:
sin flores ni más agua que la que cae del cielo,
sin más consuelo que saber que la muerte es inminente
que algún día cruzaremos aquel puente hacia el infinito
hacia la no sensación, hacia la irrealidad,
dejando vivo en los corazones,sentimientos de pérdida e impotencia
que jamás quisimos causar
pero de los que las buenas almas somos merecedoras al partir.

Así siento entonces que te quejas, gran poeta,
pero en mi mente existe un esbozo del amor tal como lo viviste,
que también me he sentido a punto de morir, en el desespero del desengaño,
la desilusión y el adiós que jamás pudo mi boca pronunciar.

 He pensado en el futuro que me atormenta no conocer,
en las palabras que desearía escuchar,
en la posibilidad de que todo este tiempo se vaya al carajo,
y nos condenemos a la amnesia.





"¡Señor! si en sus miradas encendiste 
Este fuego inmortal que me devora
Y en su boca fragante y seductora
Sonrisas de tus ángeles pusiste;

Si de tez de azucena la vestiste
Y negros bucles; si su voz canora,
De los sueños de mi alma arrulladora,
Ni a las palomas de tu selva diste,

Perdona el gran dolor de mi agonía
Y déjame también buscar olvido
En las tinieblas de la tumba fría.

Olvidarla en la tierra no he podido.
¿Cómo esperar podré si ya no es mía?
¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido?"
Jorge Isaacs.




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